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Los alimentos usados como combustible: una forma segura de producir una crisis alimentaria

Por Jean Ziegler y Siv O’Neall, 27 de diciembre de 2011


 

Jean Ziegler [1] , en su reciente libro “Destrucción masiva, la Geopolítica del hambre” [2], denuncia la estrategia brutal que los amos del mundo están utilizando para aniquilar la resistencia y así dirigirlo como mejor les parezca.

Jean Ziegler es un luchador incansable por los derechos humanos y el derecho a la alimentación, tal y como se indica en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y como ha recogido en sus números libros anteriores sobre diversos temas, pero sobre todo la extrema crueldad del Imperio. Su último libro es una denuncia de la Agroindustria en sus diversos aspectos: los biocombustibles y la industria de los transgénicos, y va a hacer todo lo posible para que este mensaje llegue a todas las partes del mundo. El profesor Ziegler ha hablado con voz alta y clara en las Naciones Unidas denunciando el neoliberalismo y la pobreza que engendra en todo el mundo. Esto le ha granjeado numerosos enemigos, pero también amigos. ¿Qué se está haciendo en nombre del neoliberalismo, sino un asesinato calculado? El título del libro lo dice claramente.
 

El profesor Ziegler denuncia los tres factores principales que contribuyen a la escasez y a la carestía de los productos alimenticios.

El acaparamiento de tierras para cultivos como la caña de azúcar y otros, especialmente en Estados Unidos, para la producción de biocombustibles (etanol), siendo una de las principales causas de la escasez de alimentos, ya que priva a los pequeños propietarios de sus tierras y reduce la cantidad de alimentos disponibles. La pérdida de tierras cultivables para la producción de biocombustibles ha contribuido al escandaloso aumento de los precios de los alimentos. Menos tierra, menos alimentos: precios más altos. A ello se suma también el hecho de que los biocombustibles aumentan el daño a la Tierra, que sus defensores de forma deshonesta tratan de ocultar.

La especulación sobre los alimentos, así como de las tierras de cultivo, también debe ser denunciado con fuerza, siendo otro importante factor que contribuye al aumento espectacular de los precios de los alimentos básicos, hecho que se viene produciéndose desde mediados de 2007. Por lo tanto, no sólo se priva a los agricultores de sus tierras, a menudo sin ningún tipo de compensación, sino que también los precios de los alimentos aumentan, así que no pueden adquirir los productos que necesitan para sobrevivir.
La tercera causa es la desertificación, la degradación del suelo, proceso que es acelerado por la sustitución de los cultivos tradicionales por grandes extensiones de monocultivos, bien para biocombustibles o para cultivos transgénicos, con enormes demandas de agua. Ríos y lagos se están secando y un número cada vez mayor de personas en el mundo no tienen acceso al agua potable.

Los siguientes textos son extractos de cuatro capítulos del libro “Destrucción masiva”, un resumen de los argumentos que el profesor Ziegler plantea frente a los intentos monstruosos de matar de hambre a ingentes cantidades de personas, con la sola finalidad de aumentar la riqueza y el poder de unos pocos. Yo agregaría también, con la finalidad de mantener a las masas a raya, ignorantes y sumisos.

La mentira

Oro verde se ha considerado desde hace varios años como un complemento a la rentabilidad del oro negro.

Las industria de los biocombustibles lanza un argumento que pareciera irrefutable: la sustitución de los combustibles fósiles por energía procedente de las plantas, es un arma contra el rápido deterioro del clima y el daño irreversible que se está haciendo al medio y a los seres humanos.

Algunas cifras

Más de 100 millones de litros de bioetanol y biodiésel se produjeron durante 2011. En el mismo año, 100 millones de hectáreas de cultivos agrícolas se utilizaron para producir biocombustibles. La producción mundial de biocombustibles se ha duplicado en los últimos cinco años, de 2006 a 2001.

La degradación del clima es una realidad

A nivel mundial, la desertificación y la degradación del suelo afecta ya a más de mil millones de personas en más de 100 países situados en zonas áridas. Las regiones áridas o semiáridas son particularmente susceptibles a la degradación, representando más del 44% de las tierras cultivables del planeta.

La destrucción de los ecosistemas y la degradación de extensas zonas agrícolas en todo el mundo, y especialmente en África, es una tragedia para los pequeños agricultores y ganaderos. En África, la ONU estima que hay 25 millones de refugiados ambientales o migrantes ambientales, es decir, seres humanos que se han visto obligados a abandonar sus hogares a causas de desastres naturales (inundaciones, sequías, desertificación) y que han de luchar por la supervivencia en los suburbios de las grandes ciudades. La degradación de la tierra es causa de conflictos, sobre todo entre los ganaderos y los agricultores.

Empresas transcontinentales para la producción de biocombustibles han convencido a la mayoría de la opinión pública mundial y a la mayor parte de los Estados occidentales, de que la energía producida a partir de las plantas es un arma milagrosa contra la degradación del clima. Pero este argumento es falso. No tienen en cuenta los métodos ni los costes ambientales de la producción de biocombustibles, ni el agua ni la energía que se requiere para ello.

Sin embargo, por todas partes del planeta el agua potable es cada vez más escasa. Una de cada tres personas bebe agua contaminada. 9000 niños menores de diez años mueren cada día al consumir agua no apta para el consumo.
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Según la OMS, un tercio de la población mundial aún carece de acceso al agua potable a un precio asequible, y la mitad de la población mundial no tiene acceso al agua potable. Aproximadamente 285 millones de personas que viven en el África subsahariana no tienen acceso regular al agua potable [3].

Y por supuesto, son los pobres los que sufren con más severidad la falta de agua.
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Sin embargo, si tenemos en cuenta las reservas mundiales de agua, la producción cada año de decenas de miles de millones de litros de biocombustibles es una verdadera catástrofe. Se necesitan 4000 litros de agua para producir un solo litro de bioetanol.
Un estudio detallado de la OCDE, Organización de los estados más industrializados, con sede en París, calcula la cantidad de energía fósil necesaria para producir 1 litro de bioetanol. Es una cantidad enorme. The New York Times, también señaló en su día la gran cantidad de energía que se requiere para producir etanol y además indicando que “los biocombustibles aumentan la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera en lugar de contribuir a reducirlo”. 

La obsesión de Barack Obama

Las mayores corporaciones multinacionales productoras de biocombustibles tienen su sede en los Estados Unidos. Cada año reciben miles de millones de dólares en ayudas gubernamentales. En el discurso de Obama a la Nación en 2011 dijo que el bioetanol y el biodiésel son una causa nacional, y que entra dentro de la seguridad nacional.

En 2011, se subsidiaron con 6 mil millones de dólares procedentes de fondos públicos, utilizándose el 38,3% de la cosecha nacional de maíz para la producción de biocombustibles, frente al 30,7% en 2008. Desde el año 2008, los precios del maíz en el mercado mundial se han incrementado un 48%.

  

Estados Unidos es con mucho la potencia industrial más dinámica y la mayor productora a nivel mundial. A pesar de que tiene un número relativamente bajo de habitantes, 300 millones, en comparación con los 1,3 millones de China o la India, Estados Unidos produce más del 25% de todos los productos industriales fabricados en un año en todo el planeta.

La materia prima de esta impresionante máquina es el petróleo

Estados Unidos quema diariamente 20 millones de barriles, alrededor de un cuarto de la producción mundial. El 61% de esta cantidad, más de 12 millones de barriles al día, son importados [4].

Para el Presidente de Estados Unidos, esta dependencia exterior es, obviamente, una preocupación. Y lo más preocupante es el hecho de que el petróleo importado procede de regiones con una elevada inestabilidad política o donde los estadounidenses no son bien recibidos, en una palabra, la producción y la exportación a los Estados Unidos no están garantizados.

George W. Bush fue el que inicio este programa de biocombustibles. En enero de 2007 estableció la meta a alcanzar: en los 10 años siguientes Estados Unidos tenía que reducir en un 20% el consumo de combustibles fósiles y multiplicar por 7 la producción de biocombustibles.

La quema de millones de toneladas de alimentos en un planeta donde cada cinco segundos un niño menor de 10 años muere de hambre es, obviamente, un escándalo.
Los partidarios de los biocombustibles están tratando de desarmar los argumentos de los críticos. No niegan que no sea ético desviar alimentos para su uso como fuente de energía, pero dicen que no hay de qué preocuparse, ya que pronto habrá una segunda generación de biocombustibles que se obtendrán a partir de los residuos forestales, o de plantas como la jatrofa, que sólo crece en tierras áridas (donde no es posible cultivar alimentos). Y luego añaden que las técnicas de que ya se disponen permiten el tratamiento de los tallos de la planta de maíz, sin emplear la semilla… ¿Pero a qué coste? (La producción de biocombustibles requiere una enorme cantidad de agua y energía).

Lo de una nueva generación es una terminología, en este caso, que da lugar a engaño. La segunda generación de biocombustibles no existe, y por contra la producción de los mismos será aún más costosa. Así que en un mercado donde manda la maximización de beneficios, estos cultivos tendrán un papel marginal.

El depósito de combustible de un automóvil mediano tiene una capacidad de 50 litros. Para fabricar 50 litros de bioetanol se requieren 358 kilogramos de maíz.

En México y en Zambia el maíz es el alimento básico. Con 358 kilogramos de maíz un niño de Zambia o de México puede comer durante un año.

Amnistía Internacional resume mi punto de visto: “Biocombustibles: depósito lleno y estómagos vacíos”.

La maldición de la caña de azúcar

No sólo los biocombustibles consumen cada año cientos de millones de toneladas de alimentos como el maíz, el trigo y otros, y se lanzan a la atmósfera millones de toneladas de dióxido de carbono, sino que además se causan desastres sociales en los países donde las empresas transcontinentales que fabrican biocombustibles se hacen fuertes.
Tomemos por ejemplo el caso de Brasil.

La lucha de los trabajadores de engenho Trapiche es un ejemplo. Las vastas tierras que antaño fueron propiedad del Estado, la Terra da União, estaba dividida en parcelas agrícolas de 1 a 2 hectáreas, cultivadas por pequeños agricultores en una economía de subsistencia. Las familias vivían pobremente, pero disfrutaban de un cierto grado de bienestar y de relativa libertad.

A través de su excelentes relaciones con Brasilia, las empresas han logrado el desmantelamiento y la privatización de estas tierras. Los pequeños agricultores de frijoles y cereales que vivían aquí fueron deportados a los barrios pobres de Recife, excepto aquellos que aceptaron convertirse en cortadores de caña de azúcar. Hoy en día son trabajadores que se encuentran en situación de sobreexplotación.
En Brasil, el programa de producción de biocombustibles se considera una prioridad. Y la caña de azúcar es uno de los cultivos más rentables para la producción de bioetanol.
El programa brasileño para el incremento de la producción de bioetanol tienen un curioso nombre: Plan Pro-alcohol. Es el orgullo del Gobierno. En 2009, Brasil consumió 14 mil millones de litros de bioetanol (y biodiésel) y exportó por valor de 4 mil millones de dólares.

El sueño del Gobierno es exportar 200 mil millones de litros
El Gobierno de Brasilia quiere aumentar a 26 millones de hectáreas la superficie cultivada de caña de azúcar. En lucha contra los gigantes del bioetanol, los cortadores de caña de azúcar en la plantación de Trapiche no tienen ninguna oportunidad.
El Plan Pro-alcohol brasileño ha provocado la concentración de las tierras en unas pocas manos de indígenas y empresas transnacionales.

Esta monopolización aumenta las desigualdades y exacerba la pobreza rural ( al igual que la pobreza urbana, como resultada de la migración de las zonas rurales). Además, la exclusión de los pequeños productores amenaza la seguridad alimentaria del país, ya que son los que mediante la agricultura pueden garantizar su sustento.

En cuanto a los hogares de las zonas rurales, encabezados por la mujeres, tienen menos acceso a la tierra y sufren mayor discriminación.

En resumen, el desarrollo y producción del llamado “oro verde” es un modelo que enriquece únicamente a los dueños de las explotaciones y que empobrece a los pequeños agricultores y en O boiafrio [6] incluso se va más lejos. En realidad, se ha firmado la sentencia de muerte para las pequeñas explotaciones familiares y las medianas empresas, y por lo tanto se pone en peligro la soberanía alimentaria del país.
Pero además de los dueños de las explotaciones, el Programa Pro-alcohol produce enormes beneficios a las grandes empresas extranjeras transcontinentales, tales como Louis Dreyfus, Bunge, Noble Group, Archer Daniels Midland, y para los grupos financieros de Bill Gates y George Soros, así como los fondos soberanos de China.

En un país como Brasil, donde millones de personas están exigiendo el derecho a tener un pedazo de tierra, donde se ve amenazada la seguridad alimentaria, la apropiación de tierras por las corporaciones transnacionales y los fondos soberanos es un escándalo adicional. [7]

En el Consejo de Derechos Humanos de la ONU se luchó contra el Plan Pro-alcohol [8].
Incluso el Presidente Luis Inácio Lula da Silva, durante su visita al Consejo en 2007, me atacó desde lo más alto del podio.

Vanucci y Lula tenían un poderoso argumento: “¿Por qué preocuparse por el avance del cultivo de la caña de azúcar, tal y como dice el Relator Especial para el Derecho a la Alimentación, Jean Ziegler, si el Plan Pro-alcohol nada tiene que ver con la comida, la caña de azúcar no lo es? A diferencia de los norteamericanos, los brasileños no quemamos ni maíz ni trigo”. [9]

Para obtener nuevas tierras, los grandes propietarios y las Empresas Transcontinentales queman la selva. Decenas de miles de hectáreas cada año.

La destrucción es definitiva. Los suelos de la cuenca del Amazonas y de Mato Grosso [10], cubiertos de bosques primarios, sólo tienen una fina capa de humus. Incluso en el improbable caso de que las autoridades tuvieran un arrebato de lucidez, ya no se podría restablecer la Selva Amazónica, los pulmones del planeta. De acuerdo con los datos del Banco Mundial, al ritmo actual de quema de la selva, el 40% de la Selva Amazónica habrá desaparecido en 2050.

En la medida en que Brasil ha ido sustituyendo progresivamente los cultivos para la producción de alimentos por la caña de azúcar, se ha entrado en el círculo vicioso del mercado internacional de alimentos: se ven obligados a importar alimentos que ya no producen, y se aumenta la demanda mundial… que a su vez provoca un aumento de los precios.

La inseguridad alimentaria, de la que una gran parte de la población brasileña son victimas, está directamente relacionada con el Programa Pro-alcohol. Esto afecta especialmente a las zonas en las que se cultiva la caña de azúcar, ya que los alimentos de primera necesidad con casi exclusivamente importados, estando sujetos a fluctuaciones muy significativas de los precios. Muchos pequeños agricultores y trabajadores agrícolas deben comprar alimentos, ya que no tienen tierras suficientes para producir los alimentos que necesitan sus familias. Así, en 2008, los campesinos no pudieron comprar los suficientes alimentos debido a la subida repentina de los precios.

Con la finalidad de reducir costes, los productores de biocombustibles explotan a los trabajadores migrantes, según el modelo de agricultura ultra-liberal capitalista. No sólo se pagan bajos salarios, sino que los horarios son inhumanos, no hay infraestructuras de apoyo y las condiciones de trabajo rayan en la esclavitud.


Postdata: El infierno de Gujarat

Las condiciones de esclavitud de los cortadores de caña de azúcar no son exclusivas de Brasil. Miles de migrantes de otros países están siendo explotados de la misma manera.
En la plantación de la Fábrica de Azúcar Bardoli, situada en Surat, Guajarat, India, la mayoría de los hombres que trabajan pertenecen a los pueblos indígenas de los adivasi, famosos por su dominio del arte de la cestería y la fabricación de muebles de caña.
Las condiciones de vida en la plantación son terribles: comida infestada de gusanos, agua potable en estado deficiente, falta de madera para cocinar los alimentos. Los adivasi y sus familias viven en chabolas en unas condiciones deplorables.

¿Denunciarlo en los tribunales? 

Los adivasi tienen mucho miedo al Mukadam, el agente de contratación de la explotación. Tal es la magnitud de desempleo en Guajarat que a la menor protesta el cortador de caña crítica es sustituido por otro más dócil.

Recolonización

Durante la XVI sesión del Consejo de Derechos Humanos de marzo de 2011, Vía Campesina, junto con otras organizaciones no gubernamentales, FIAN y CETIM, organización un evento paralelo: una consulta oficiosa sobre la protección de los agricultores (derecho a la tierra, semillas, agua, etc).

El Embajador de Sudáfrica encargado de los derechos humanos, el obstinado Pizo Moved, dijo en esa ocasión: “Primero se llevaron a los hombres, luego nos quitaron la tierra. Estamos viendo la era de la recolonización de África”. 

En realidad la maldición del oro verde se extiende por Asia, América Latina y África.

En casi todas las partes,, pero especialmente en Asia y América Latina, el acaparamiento de tierras por parte de las empresas transcontinentales va acompañada de violencia.

La selva de África Central es la segunda más grande del mundo después de la del Amazonas y es un importante sumidero de carbono [11] del mundo. Hay que comprender que muchas comunidades dependen de ella, su biodiversidad es enorme y es sustento mediante la caza y la recolección. Estas comunidades están en peligro de desaparición.

Conclusión

Tenemos que actuar rápidamente frente al intento de control de los nuevos amos del mundo, hacer frente al neoliberalismo insensible y codicioso [12]. Tenemos que abrir los ojos y tener las mentes abiertas frente a estos depredadores que acaparan el mundo y nos convierten en sus rehenes, en un intento absurdo de aumentar su riqueza y la dominación del planeta. Debemos unirnos y trabajar sin descanso, sin perder la esperanza, sin perder el objetivo de salvar la Tierra. No hay que dejarse engañar por el ensordecedor gritería de las máquinas de propaganda. Debemos mantenernos firmes y juntos. Es la única manera de poder salir de este infierno. 

Notas:
[1] Jean Ziegler, a former professor of sociology at the University of Geneva and the Sorbonne, Paris, is member of the UN Human Rights Council’s Advisory Committee with an expertise on economic, social and cultural rights. For the period 2000-2008, Jean Ziegler was the UN Special Rapporteur on the Right to Food. In March 2008, Jean Ziegler was elected Member of the UN Human Rights Council’s Advisory Committee. One year later, the Human Rights Council decided, by acclamation, to re-elect Jean Ziegler as a member of the Advisory Committee, a post he will now hold until 2012. In August 2009, the members of the Advisory Committee elected Jean Ziegler as Vice-President of the forum.
[2] DESTRUCTION MASSIVE – GÉOPOLITIQUE DE LA FAIM, Jean Ziegler – ÉDITIONS DU SEUIL published on October 13, 2011
[3] 248 million in South Asia are in the same situation, 398 million in East Asia, 180 million in South Asia and the East Pacific, 92 million in Latin America and the Caribbean, and 67 million in Arab countries.
[4] Only 8 million barrels are produced from Texas, the Gulf of Mexico (offshore) and Alaska.
[5] Engenho is a colonial-era Portuguese term for a sugar mill and the associated facilities. The word engenho usually only referred to the mill, but it could also describe the area as a whole including land, a mill, the people who farmed it.
[6] Landless workers (boia = ox ; frio= cold) He’ll be working like an ox and he’ll be eating cold food
[7] A sovereign wealth fund (SWF) is a state-owned investment fund composed of financial assets such as stocks, bonds, property, precious metals or other financial instruments. Sovereign wealth funds invest globally.
[8] Sitting in front of me was the government minister Paulo Vanucci, a friend, a former guerrilla of the VAR-Palmarès (Vanguardia Armada Revolucionaria) and hero of the resistance against the dictatorship. He was sincerely sorry.
[9] This argument is not valid, since the agricultural frontier in Brazil moves continuously: the sugar cane moves toward the interior of the continental shelf and the cattle which for centuries have been grazing there, migrates to the west and the north.
[10] Mato Grosso is a state in the center-west of Brazil, bordering on Bolivia and Paraguay.
[11] A carbon sink is anything that absorbs more carbon that it releases, whilst a carbon source is anything that releases more carbon than it absorbs.
[12] See ‘Les Nouveaux maîtres du monde et ceux qui leur résistent’ de Jean Ziegler (Editions Fayards), 2005
http://axisoflogic.com/artman/publish/Article_64191.shtml