GREGORIO I. MAGNO 540-604

Papa del 590 al 604, Gregorio Magno fue el último de los Padres de la Iglesia latina y una vida paralela con Ambrosio de Milán: ambos burócratas imperiales (Gregorio antes del sacerdocio fue praefectus urbis de Roma), los dos de familia patricia, ambos de una religiosidad profunda, los dos reformadores y arquitectos de la Iglesia medioeval.
Gregorio fue hombre de gran riqueza, por herencia familiar, que todo lo dió a la Iglesia: con sus bienes fundó un monasterio en Roma y seis en Sicilia. De prefecto de la ciudad, pasó al sacerdocio, fué nuncio en Bizancio y cuando papa dedicó los fondos eclesiásticos al auxilio de los pobres. Reformó la liturgia, la música (canto gregoriano) y cimentó la doctrina de la preeminencia de la iglesia sobre el poder civil, respaldando el poderío de la iglesia de Roma mediante la consolidación del "patrimonio de Pedro", los Estados Pontificios, que hicieron posible la independencia de la iglesia romana durante la Edad Media.
Profundamente influenciado por Agustín en su pensamiento religioso, potencia la influencia de esta corriente teológica y religiosa; como Agustín, y a pesar de ser un declarado pacifista en los asuntos italianos, propugnó la "guerra santa" para convertir a los pueblos paganos (es el primer papa que bendice una guerra), le cabe, pues, la infame gloria, junto a Agustín, de haber sentado el precedente de las guerras ideológicas que tanto ensangrentarían a la civilización cristiana. Con todo no debemos ser excesivos en reprocharle esta teoría política, ya que a escasos seis años de la muerte de este Papa, Mahoma tendrá su visión en el monte Hira y fundará una religión basada en la "guerra santa", de tal éxito que nadie pudo ya poner en duda la verdad que respaldaría a esta infame teoría de la violencia espiritual, la que cundirá incontestada.
La mentalidad de Gregorio fue muy medioeval, como lo pone de manifiesto su aceptación de la violencia física para llevar a los hombres a la verdad; igualmente su aceptación de la esclavitud, pues compraba y vendía esclavos conforme los necesitaba, para explotar los bienes eclesiásticos, tratándolos dignamente, pero sin sufrir escándalo por negar a un hombre la libertad personal y denigrarlo a la servidumbre, a ser cosa y no persona.
Esta incongruencia de la vida cristiana, de la que los cristianos de la época no se percataban, también se daba en lo dogmático: el Concilio de Calcedonia y los que los precedieron habían sentado las bases fundamentales de la teología (el concepto de Dios), la cristología (el concepto de Cristo) y la antropología (el concepto del hombre) cristianas, sin percatarse de que no eran compartidas por la comunidad cristiana, como lo mostrará el avance del Islam. La fe había logrado una elaboración realmente portentosa desde el punto de vista intelectual, con distinciones tan sutiles que, siendo como era una religión griega -bizantina-, originaría el término bizantinismo ("discusiones baldías, intempestivas o demasiado sutiles"), usualmente peyorativo, pero que ponía de manifiesto la sutileza impresionante lograda en el análisis intelectual: Dios increado, personal, ajeno al universo, omnipotente; trino, y para fundamentar la teoría de la trinidad fue necesario desarrollar los tan complejos conceptos de naturaleza, persona e hipóstasis; Cristo, en quien más difícil es la aplicación de estos conceptos, con dos naturalezas, dos voluntades y una única persona, conjunción de lo eterno y lo temporal, nacido de una virgen, salvador e iluminación de la raza humana, inmaculado, sujeto al Padre, pero igual a Él en cuanto divinidad; resucitado de entre los muertos por su propio poder. El hombre, nacido en pecado original, incapaz de alcanzar la rectitud sino por llamado divino (doctrina de la gracia), predestinado a la gloria o a la condenación, cuya salvación será posible sólo dentro de la Iglesia de Cristo; auxiliado por los sacramentos para alcanzar la vida divina, pudiendo pecar y ser absuelto de sus pecados cuantas veces peque, por los ministros de los sacramentos, que tendrán capacidad para dispensar los aunque fueran personalmente indignos. La religión cristiana, alcanzado ya tal grado de reflexión, permaneció tranquila en lo teológico, desde Calcedonia hasta la muerte de Gregorio (aunque por el desarrollo de los siglos siguientes nos percataremos de que esta calma era sólo aparente y que multitudes inmensas realmente no profesaban la fe católica, y por ello la abandonar ían ante el Islam).
La Iglesia, sobre todo la romana, en estos años se dedicó a institucionalizarse y a tratar de que su clerecía llevara una vida más acorde con la fe cristiana: principalmente a través del movimiento monacal, al que dará un gran impulso la reforma de Benito de Nursia (480-550), fundador del monasterio de Monte Casino, que será el paradigma del monasticismo occidental durante toda la Edad Media, movimiento de importancia fundamental en la organización social, cultural, económica y religiosa de los siglos siguientes.
En Occidente, en el lapso que va del Concilio de Calcedonia (451) a la muerte de Gregorio Magno (604), se desarrolla un cataclismo social que destruyó la sociedad romana e hizo nacer la sociedad medioeval. Desde la reforma de Diocleciano en el 300 había habido una centralización de la vida económica, social y religiosa: se estableció una economía de comando que empobreció constantemente a Italia, hasta que en el 600 terminó la economía monetaria y se dió una involución inmiserante, que llevó al trueque; luego la plaga campeó en Occidente, aniquilando a más de la mitad de la población, del 542 al 590, reapareciendo en el el sur de Europa en el 600; los pueblos bárbaros incursionaron en el Imperio, que desaparecerá en el 476, aniquilando las instituciones políticas de Occidente: los vándalos invadieron Galia (406), los romanos abandonaron Britania (410), Alarico asoló Roma (410), los visigodos se establecieron en Galia (418), los vándalos invadieron Africa del Norte, los hunos amenazaron el Imperio Bizantino (447), Genserico conquistó Roma (455), Odoacro se proclama rey de Italia (476); Clodoveo fundó el reino de los francos; los lombardos ocuparon Italia del Norte, Spoleto y Benevento (568-573).
En Bizancio tampoco reinaba la paz: en guerra con los persas (530-32); la reconquista imperial, con tropas al mando de Belisario, recuperaría por breve tiempo el Imperio de Occidente, pero asolando las poblaciones occidentales; los eslavos invadieron los Balcanes (577).
Finalmente, en el 600, se detuvieron las invasiones bárbaras: se había estabilizado la situación política en Occidente, comenzó un período de estasis, del que se saldría, en Oriente, por las invasiones persas (Bizancio perdería Damasco y Jerusalén, pero finalmente ganaría la guerra), y en Arabia, Asia Menor, Africa del Norte y España por la conquista árabe.
A pesar de las convulsiones de esta época, hubo una imponente obra de evangelización de los nuevos pueblos bárbaros, tanto por parte de la Iglesia Oriental como de la Occidental. La Iglesia Oriental evangelizó Nubia (542) y del 570 al 650 el Oriente, llegando hasta China en el 635. La Iglesia Occidental convirtió a la fe católica a los invasores (los francos en el 496, los visigodos en el 587, los lombardos el 589) y envió monjes misioneros a evangelizar Irlanda (Patricio en el 432), Britania (los primeros monasterios entre los celtas son del 480), Escocia (Columba, 563-597, desde la Iglesia de Iona), Galia (misión de Columbano a los Vosgos -y luego a Suiza e Italia, fundando el monasterio de Bobbio- del 550 al 615), evangelización de Inglaterra (587, Agustín que será llamado "de Cantorbery"): en el 664 toda Inglaterra se adhirió al catolicismo romano (sínodo de Whitby).
A la muerte de Gregorio y en los años inmediatamente siguientes, la Iglesia Occidental alcanzó la estructura que mantuvo hasta la Reforma: absolutismo papal, obispado monárquico, separación entre fieles y clero, organización monacal, todo sustentado sobre el patrimonio de Pedro, que hizo del Papa un muy importante señor feudal, tanto que la Iglesia tuvo supremacía indiscutida sobre los poderes civiles de la época. Igualmente los obispos y abades dentro de los respectivos territorios, fueron señores feudales principales, ante quienes el poder civil no podía prevalecer. La Iglesia Romana, de iglesia imperial ha pasado a ser Imperio; no así la Oriental, que continuó, como desde sus inicios, sujeta al poder civil, en razón que éste no se debilitó en Bizancio. Pero tanto una como la otra no fueron ya una comunidad de fieles que alaban al Señor y que conviven en caridad y tolerancia con los demás hombres, sino un ordenado rebaño de pecadores, recluidos en un reformatorio en que son disciplinados por guardianes, incluso con recurso a la violencia física, para que se comporten conforme a un ideal codificado: una religión en fin de cuentas muy del mundo, porque el mundo, supuestamente, era conforme al ideal cristiano.
La Iglesia cristiana, finalmente, se encontró, en Occidente, muy cerca del ideal teocrático... pero a cambio perdió la libertad paulina.